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EL EJEMPLO DE LOS SANTOS

OBSERVANCIA DE LAS CONSTITUCIONES

PALABRAS DE ALIENTO

Buenos Aires, 7 de agosto de 1935. San Cayetano.

Carlos Pellegrini 1441

 

|p1 A mis queridísimos sacerdotes e hijos en Jesucristo.

¡La paz sea con vosotros!... En estos días en que sé que estáis reunidos en los Santos Ejercicios, siento particular necesidad de hallarme con vosotros, amados sacerdotes míos, y entretenerme con vosotros acerca de algunas cosas que interesan la santificación de nuestras almas, para mayor gloria de Dios, y el cumplimiento y observancia de cuanto se refiere a nuestra vida de Religiosos y a nuestra Regla.

y digo, que todo debe ser dirigido a la mayor gloria de Dios, según la gran expresión de San Pablo: "Omnia in gloriam Dei facite" (Cor, X-31).

|p2 Pero, in primis, ante todo, me complazco en haceros saber que estoy muy contento de vosotros, de vuestra obediencia a Don Sterpi, y de vuestro firme y sincero amor a nuestra Congrgación. No puedo explicaros cuánto esto me resulta consolador. Sé que entre vosotros se trabaja con buen espíritu, sé que afrontáis fatigas y sobrelleváis sacrificios no desdeñables, por amor a Dios, a la Santa Iglesia y a nuestra amada Congregación hasta el punto que de la totalidad de vosotros, bien se pudiera decir que sois en verdad los changadores de Dios. ¡Ah, cuánto agradezco y bendigo al Señor por ello! ¡Y cómo de corazón también os lo agradezco a vosotros! Hoy es San Cayetano, el Santo de la Divina Providencia, que vivió una vida apostólica celosísima, a quien la Iglesia llama "Venatur animarum". ¡Animo, mis queridos hijos: seamos también nosotros cazadores de almas! Oremos incesantemente y en espíritu de humildad; libertémonos cada vez más de las pasiones, esforzándonos diariamente con mayor ahinco para caminar por las huellas de los santos; vayamos tras el ejemplo y los pasos de los santos por la senda que fuera abierta por Jesucristo Ntro. Señor y también nosotros seremos apóstoles y conquistadores de almas. Si en estos Ejercicios ponemos la segur a la raíz de las pasiones y de la conscupicencia; si nos mantenemos valientes en la batalla, no hay duda de que veremos auxilium Domini super nos, y alcanzaremos la santidad. Dios no permite que seamos probados más allá de nuestras fuerzas, sino que hará que durante la batalla contemos con su ayuda y la asistencia de su gracia, a fin de que podamos sostener como aguerridos soldados de Cristo los embates del enemigo, y vencerlo con la divina potencia de Cristo.

Y no sólo vencerlo, sino aumentar nuestro fervor, nuestras virtudes y nuestro amor a Dios y a las almas, hasta llegar a ser aptos para salir a la conquista de los pueblos con caridad fraterna; viviendo humilde, caritativa y apostólicamente, en pobreza, sacrificio y santa alegría en el Señor. Tal, oh mis queridos, como vivió San Cayetano: como lucharon, vencieron y vivieron todos los Santos. Los cuales, como vivían la verdadera y perfecta caridad de Cristo, no se buscaban a sí mismos, sino únicamente deseaban que todo se hiciese y fuese para gloria de Dios: "¡Ad majorem Dei gloriam!".

|p3 Así debemos ser nosotros, oh mis sacerdotes e hijos: lámparas repletas de buen aceite, de aceite de piedad; lámparas no vacías o apagadas, sino que arden y resplandecen y se consumen arrojando luz de fé, calor y fuego de caridad divina. ¡Ah, el fervor grande de los Santos! ¡Qué emulación en la virtud! ¡Qué flor de disciplina! ¡Qué respeto, quéobediencia, qué amor en todos ellos para sus santas reglas!

¿Y nosotros? ¡Ah, obremos nosotros también así, como ellos lo hicieron! Solamente de esa forma satisfaceremos a nuestra vocación, oh queridísimos sacerdotes míos, y no sólo nos salvaremos sino que nos haremos santos tal y como lo quiere de nosotros el Señor: esto es, amando tiernamente a nuestra Congregación y observando sus Constituciones. A la Congregación se la ama de verdad y tanto se la ama, cuanto se aman sinceramente y se practican con diligencia y buen espíritu sus Reglas. Toda regla es de gran importancia; pero nuestra pequeña y naciente Institución, precisamente porque se halla todavía en sus comienzos y en el período de fundación, de su formación, exige un mayor fervor y una observancia verdadera no puramente mecánica, sino de corazón: exige arrojo espiritual y santo respeto a todas sus reglas aún las más pequeñas.         

Grande además y diré, singularísima es nuestra responsabilidad, oh mis queridos sacerdotes, puesto que todos aquellos que vendrán después, mirarán hacia atrás, mirarán hacia nosotros, que hemos sido los primeros llamados en el orden del tiempo: ellos se formarán sobre nuestros ejemplos.

|p4 Oh mis queridos, recordemos con frecuencia el fin por el cual hemos venido a la Congregación. ¿Por qué hemos abandonado el mundo? San Bernardo se decía con frecuencia a sí mismo: "Bernardo, ¿ad quid venisti?" ¿Hemos venido tal vez para llevar una vida cómoda? ¿Para hacer nuestra voluntad y vivir a nuestro talante? ¿Quizás para llevar una vida relajada? ¿Quizás para llevar una vida de libertad, para quedar apegados a las criaturas? ¿Para cultivar sentimentalismos y pasiones morbosas? O al contrario, ¿no hemos venido para seguir de más cerca a Jesucristo, dejando el mundo con sus halagos y vanidades? ¿Para vivir la vida de los consejos evangélicos, en humildad y obediencia, pobremente, como pobre nació, vivió y murió Cristo Señor Nuestro? ¿No hemos venido para llevar una vida de pureza y santidad? Porque donde hay pureza, hay santidad, y Jesús es el Cordero de Dios que se apacienta entre lirios. ¿No hemos venido, acaso, para seguir la voz del celeste llamado de la vocación y asegurarnos así nuestra salvación eterna? ¿No es cierto que hemos querido secundar la invitación de Jesús, que dijo: "Quien quisiere venir en pos de Mi, niéguese a sí mismo abrace su cruz día por día y sígame"?... Sí, oh hermanos, recordémoslo siempre: nosotros nos hemos hecho religiosos para abandonar el mundo; nosotros, al dar las espaldas al mundo, hemos entendido y querido vivir en Dios, convertirnos no en hombres mundanos, sino en hombres de Dios, verdaderos siervos y seguidores de Jesucristo, imitadores de Cristo. Al hacernos Hijos humildes de la Divina Providencia, hemos entendido vivir una vida de fe, de caridad, y hacernos amantísimos del Papa y de aquella Santa Iglesia Romana, la cual solamente es la Madre y Maestra de todas las iglesias; la única guía veraz e infalible de las almas como de los pueblos, tanto en lo referente al dogma como a la moral cristiana; única depositaria de las Sgdas. Escrituras, única y sola intérprete de aquellas, única depositaria de la tradición apostólica y divina.

|p5 A esta Santa Madre Iglesia y a su Cabeza, único y universal Pastor de pastores, Obispo de los obispos, Vicario único y solo de Jesucristo en la tierra el Papa, yo y vosotros nos hemos entregado por toda la vida y hasta más allá de la muerte, para vivir de su fe, de su amor, en plena obediencia y acatamiento a El, con entera y filial dilección no inferior a la de nadie. Nuestra misión es hacerlo conocer, hacerlo amar, especialmente por el pueblo y por los hijos del pueblo; es vivir a sus pies nosotros, y anhelar y trabajar para conducirlos a todos, más que a sus pies, a su corazón de Padre de las almas y de los pueblos. Nos hemos, pues, consagrado a Jesucristo, al Papa, a la Iglesia, a los Obispos, para ofrecerles amor, ayuda, aliento, como humildísimos y devotísimos siervos e hijos; con voluntad decidida e irrevocable de todos sacrificarnos por ellos, de inmolarnos por el Papa y por la Iglesia, viendo en el Papa al mismo Jesucristo, y en la Iglesia a la Esposa Mística de Cristo, la Obra y Reino visible de Cristo en la tierra, para alacanzar, de este modo coronam vitae et sempiternam felicitatem. Con nuestro holocausto, con nuestra consumación por el Papa y por la Iglesia, no buscamos otra cosa sino atraer a los humildes, a los pequeños, a las turbas hacia el Papa y a la Santa Iglesia.

|p6 Ahora bien, oh mis queridos: en estos Ejercicios, yo y vosotros debemos reabastecernos de aceite, animarnos, fortalecernos en la renovación religiosa de nuestra vida espiritual; debemos mirar el fin para que hemos venido a la Congregación; recordar el objeto principal que se ha prefijado nuestra Congregación. Y proponernos cada uno de nosotros ser o volver a ser tales, como para responder a la gracia de nuestra especial vocación y a la meta que la Pequeña Obra de la Divina Providencia se ha propuesto alcanzar. Y esto lo debemos conseguir cueste lo que cueste, ayudados de la divina gracia, usque ad mortem et ultra! Por eso es que debemos desear la más exacta y devota observancia de las Constituciones, no deteniéndonos en la letra,    sino viviendo la letra con exactitud, y sobre todo en su espíritu.

|p7 ¡Oh, cuan bella y dulce cosa es vivir juntamente como verdaderos hermanos, humildes, piadosos, como verdaderos religiosos; vivir unidos la vida de piedad, de templanza; de trabajo, observantes de la Regla, devotos, estrechamente unidos, compadeciéndonos mutuamente, dándonos mutuamente buen ejemplo de edificación! ¡Ah, queridos míos, si amamos a Dios y a la Iglesia, si amamos a nuestra alma y el bien y el porvenir de nuestra Congregación, cuidemos, sobre todo en nosotros mismos, la observancia de las Reglas y atengámonos en todo a la Regla! Hemos puesto la mano al arado; permanezcamos fieles y firmes en los santos propósitos y votos; continuemos perseverantes y sigamos adelante viviendo el espíritu verdadero y la vida de la Congregación, como fervorosos religiosos, como verdaderos hijos de la Divina Providencia: puros, humildes, sencillos, caritativos: que ninguno de nosotros se vuelva atrás por amor a sus parientes o al mundo; que ninguno vaya a perderse tras los afectos de la carne o de la sangre; que ninguno vaya a terminar en el mundo falaz y engañador, porque bastante mal habría de encontrarse en punto de muerte. Nos costará sacrificios, nos costará sufrimientos, nos costará dolores, hambre, sed y quizá humillaciones, el resistir y permanecer fieles; pero, aunque nos costase la vida, que ninguno abandone su vocación! ¡Dios nos ayudará!

Maneamus in vocatione qua vocavit nos Dominus: et satagamus ut PER OPERA BONA vocationem et electionem nostram certiorem faciamus... Nam quod Deus avertat si nos posuerimus manum ad oratrum, et respexerimus retro, apti non erimus Regno Dei!

|p8 Y no solamente conservemos la vocación, sino ¡vivamos la vocación! Ciertamente no viven la vocación los tibios, ni los descuidados, ni los que se apartan del espíritu y de la vida mortificada, humilde, activa de la Congregación; no la vivirían los que divagaren entre ideas y sentimientos aseglarados, indignos de los buenos religiosos, ni los relajados y aquellos que se excusan de la observancia de las Reglas y huyen de la mirada de los Superiores. Debemos vivir la vocación de religiosos seriamente, como religiosos que quieren de verdad santificarse y santificar a las almas; como religiosos que saben vencerse y negarse a sí mismos, como religiosos que tratan de observar las promesas sagradas y los votos mediante los cuales se han entregado y consagrado al Señor. Recordemos durante estos días y siempre que la vocación hay que vivirla y actuarla, y que éste es un deber de conciencia; recordemos que tanto mayor provecho haremos, cuanta mayor violencia hubiéremos sabido imponernos, sobre todo venciendo nuestra tibieza; recordemos que sin esfuerzo del ánimo, no existe virtud. Jesús ha dicho: "Regnum coelorum vim patitur". El reino de los Cielos pues, lo conquista sólo quien sabe hacerse violencia, quien sabe vencerse y negarse a si mismo con la ayuda de Dios y orando. Y todavía recordemos también, que quien hace oración, mantiene su vocación, adelanta y se perfecciona en la virtud y llega a ser santo, o sea alcanza un gran amor de Dios; pero quien no hiciere oración, fracasaá y traicionará su vocación miserablemente. Por lo demás, ¿podremos pretender ir al Paraíso en carroza?... Por cierto no nos hemos hecho religiosos para gozar, sino para ganar méritos para la eternidad; para seguir a Cristo en la renuncia continua de nosotros: quotidie; para abrazar por amor de Dios nuestra cruz, o sea, para padecer con Jesucristo aquí, con el fin de triunfar mañana con Cristo en el más allá.

|p9 Por lo demás sabemos que la observancia de las Reglas cuesta trabajo sobre todo para quien las observa de mala gana, para quien hace las cosas de cualquier modo, sólo por hacerlas (cuando no puede eludirlas); para quien ama el espíritu adormilado y lánguido; para quien ama vivir sin disciplina, y se encuentra intranquilo, porque no está de acuerdo ni con su conciencia, ni con el Señor, ni con los Superiores. Pero para los que son diligentes, para los que aman verdaderamente a Dios y el bien de su propia alma, que aman realmente a Jesús, a la Iglesia, a la Congregación, y los aman no con ánimo mezquino, sino con gran corazón, con generosidad grande, sin límite y tal como deben ser amados, la observancia de la Regla les resulta suave y ligera; "Jugum meum suave est onus meum leve" es un peso ligero.

|p10 ¡Animo, pues, y adelante! ¡Adelante in Domino por el camino santo por donde ya pasó Jesucristo, por el cual ya pasaron los santos y varios de nuestros hermanos Sacerdotes, Hijos no indignos de la Divina Providencia, los cuales nos han precedido a la Patria celestial y a la corona sempiterna. Que si por ventura hubiésemos aflojado y languidecido en nuestro camino hacia Cristo y por Jesucristo "admone te", nos dice a mí y a cada uno de vosotros la Imitación de Cristo "Admone te, excita teipsum". Reprochémonos nuestra pusilanimidad, nuestra frialdad, nuestro camino lento y torcido, nuestras incertidumbres en la vida religosa y sacudámonos! - Excita teipsum! - Despertémonos y humillémonos ante el Señor, pero sin desalentarnos, no! Humillarnos, sí! Desalentarnos nunca! - Levantemos los ojos y el corazón a nuestra Madre, la Virgen SSma. invoquémosla, prometiéndole amar más y mucho, pero mucho, mucho, mucho a su Divino Hijo, Nuestro Señor, y a Ella, nuestra Santa Madre, y a la Iglesia y a la Congregación.

|p11 Y digámosle que queremos ir al Paraíso con Ella; que por amor a Dios y a Ella, queremos ser cuales Jesús nos quiere; que por el gran bien que nos espera, queremos afrontar cualquier sacrificio, gozarnos en las tribulaiones, desear todas las cruces, confiados en el auxilio del Señor y sostenidos por la mano maternal de Ella, María Santísima. San Francisco de Asís decía: "¡Bendito sea el religioso que observa sus santas reglas! Ellas son el libro de la vida, la esperanza de la eterna salvación, la médula del Evangelio, el verdadero camino de la perfección, la llave del Paraíso, el pacto de nuestra alianza con Dios". ¡Oh, si seáis muy especialmente y tanto más benditos vosotros todos, mis hermanos religiosos, cuánto más cuidado pongáis en observar la santa Regla! Pero no quiero terminar, oh queridos y amados, tan amados, hijos míos en Jesucristo, sin deciros que, si me habéis amado en el pasado, queráis continuar amándome en el Señor todavía más en el porvenir, precisamente haciendo resplandecer en vosotros y en cada casa la perfecta observancia.                 

|p12 Vuestro Padre en Jesucristo está lejos; dadme, cada día más, este gran consuelo, y empeñaos para que todos crezcan en el espíritu de fe, de piedad, de humildad, de caridad, de observancia de las Constituciones. Yo - ciertamente no debo disimularlo - sufro y no poco por hallarme tan lejos, ni jamás os podré decir cuánto he sufrido en este último año. Por todo doy gracias y bendigo al Señor: me siento feliz y muy contento de poder padecer alguna tribulación, y ruego al Señor que me haga padecer más, pero que me asista con su santa gracia. ¡Si al menos me fuese dado poder reparar, en alguna manera, mis frialdades, ingratitudes para con Dios y mis pecados!... Dios me va despegando poco a poco de esta tierra y de mí mismo. Nada más deseo que amar a Jesús, a la Virgen, a la Iglesia, y servir como el último de todos a nuestra querida Congregación, mientras me quede un aliento de vida. Rogad por mi; yo por vosotros, mis queridísimos sacerdotes, ruego a todas horas. Deseo paresurar mi retorno, pero nadapuedo deciros de positivo. Pienso que Ntro. Señor me quiera aquí todavía durante algunos meses para consolidar las obras comenzadas. Me parecía conveniente propagar la Congregación también en otras Naciones de Sud América: vosotros me comprenderéis sin que mayormente me explique.

|p13 Aquí he hallado muchos consuelos y también ayuda: dejarlo todo ahora a medias, sin concluir, comprenderéis que no sería cosa seria, y que no puede ser. Pienso también que a mi edad, una vez que haya partido, será difícil que luego pueda volver todavía. Gracias a Dios tenéis ahí a Don Sterpi, en quien todos tenemos plena confianza y a quien grandemente estimamos; ¡ayudadle cuanto podáis! Escuchadle, obedecedle, apretaos todos sacerdotes míos, a su alrededor. Rogad por él como por mí, confortadle del mejor modo posible. Yo sé que él tiene mayor cuidado de vosotros y del bien de la Congregación. Si la Congrgación hubiere de pasar por pruebas y días dolorosos - por permisión divina - vosotros estrechaos más y más en torno a Don Sterpi y a nuestros sacerdotes más ancianos, con un corazón y un alma sola, como se lee en San Lucas (Act. Apos.) que hacián los primeros cristianos. De todas maneras acatad, ahora y siempre, todo cuanto la Santa Iglesia dispusiere de nosotros, sus humildísimos y obedientísimos hijos, ¡y orad!

Recordemos que a Jesús se le ama y se le sirve en la cruz y crucificados, y lo mismo a la Santa Iglesia: Ella con Jesús y María Santísima, sea siempre nuestro mayor y supremo amor.

|p14 En estos Ejercicios, sacerdotes míos, hermanos e hijos, haced acerca de cuanto acabo de escribiros, la más firme y eficaz resolución, a los pies del altar y sobre el altar. Permaneced firmes en la vocaciónn y en estos santos propósitos hasta la muerte. Y voy a teminar con las palabras que Don Bosco dirigió a los Salesianos en su testamento: "Vigilad y orad. Y haced que ni el amor al mundo, ni el afecto a los padres, ni el deseo de una vida más cómoda, os muevan al gran desatino de profanar los sagrados votos, violando así la profesión religiosa, con que    nos hemos consagrado al Señor. Que ninguno retire cuanto ha dado a Dios". Y vuelvo a repetiros con él, que fué mi confesor y guía: "Si me habéis amado en el pasado, continuad amándome in Dómino en el porvenir, con la exacta observancia de nuestras Constituciones".

|p15 Y ahora, adiós, mis queridos hijos! No pudiendo ir yo todavía para la Virgen de la Guardia, os envío a Don Penco, Superior General de la Congregación de San Pablo (Obra del Cardenal Ferrari). El llegará a Nápoles a bordo del "Neptunia" el 20 de agosto, y el 29 estará con vosotros todos en la fiesta de la Guardia en Tortona. ¡Es un querido santo amigo! Os llevará una carta mía, escrita a toda prisa, sólo unos momentos antes de que partiese. Se la entregué a bordo yendo a despedirle, y le he dado un abrazo "in osculo sancto" para que se lo lleve a Don Sterpi y en él, a todos vosotros. Yo haré la Novena de la Guardia desde aquí y estaré con vosotros con todo mi corazón y con toda mi alma. Y ahora, roguemos y vayamos adelante practicando el bien comenzando desde estos Ejercicios.

¡Gratia et benedictio Domini Nostri Jesu Christi sint semper nobis um!

Vuestro afectísimo

                                                SAC. JUAN LUIS ORIONE

                                    de los Hijos de la Divina Providencia