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República Argentina

Victoria F. C. C. A., 4 de noviembre de 1934

Fiesta de San Carlos

 

¡ALMAS Y ALMAS

|p1 A mis amadísimos Hijos de la Divina Providencia; Sacerdotes, Clérigos, Ermitaños ciegos y videntes; a los Aspirantes llamados "Carísimos" y a los Probandos.

A las buenas Hermanas "Misioneras de la Caridad", a las ciegas "Adoratrices del Stmo. Sacramento" y a las "Hijas de la Virgen de la Guardia".

A mis inolvidables Bienechores y Bienechoras, como también a mis queridos huérfanos; a nuestros buenos Ancianos y Ancianitas, y a todos los Asilados, sanos y enfermos; a los Jóvenes que se educan en los Institutos y Escuelas de la Pequeña Obra, y a cuantos viven en las Casas de la Congregación bajo la maternal mirada de la Divina Providencia.

A todos y a cada uno envío in Domino mi más cordial saludo y el saludo fraternal de estos nuestros Sacerdotes, Clérigos, Ermitaños y Hermanas "Misioneras de la Caridad", que trabajan en la viña del Señor en el Brasil, Uruguay y Argentina.

¡Que la gracia y la paz de Jesucristo sean con Vosotros, oh mis amados, y con nosotros, siempre, siempre! Y haga de modo que todos seamos un solo corazón y un alma sola: "cor unum et anima una", a los pies de la Iglesia y del "dulce Cristo en la tierra", el Papa; pequeños, humildes, firmes, fieles, amantes con filial y dulcísimo amor, de la Iglesia, de los Obispos y de la Santa Sede hasta la consumación de nosotros mismos hasta el martirio!

|p2 Esta es la primera carta, oh mis amadísimos, que tengo, finalmente, la alegría de poderos escribir; o sea, de escribiros a todos colectivamente, desde esta lejana América. Mucho lo había deseado; pero los días pasados a bordo, que fueron por divina gracia, dies pleni, llenos de un trabajo intenso - diría absorvente - pasaron como un relámpago. Además, no siempre he permanecido aquí en Buenos Aires, sino que ya he visitado en La Plata al Excmo. Arzobispo Mons. Alberti, que tanto nos ama.

He pasado también algunos días en Mar del Plata, y fuí al Uruguay. Pero de esto os escribiré más adelante.

Ahora, entre    tanto, tengo el placer de deciros que los nuestros de América del Sud, gracias a Dios, se hallan todos bien, y lo mismo los que vinieron conmigo. Está enfermo D. José Gandini, que se encuentra en Montevideo junto con D. Montagna y D. Szymkus. He ido a vsitarlo; no está bien de las piernas, pero mejora, y celebra, y espero que dentro de poco tiempo podrá emprender alguna tarea.

|p3 Todos me rodearon con un amor tan conmovedor, que no sabría describirlo. Me pidieron con gran afecto noticias de Vosotros y de los progresos de nuestra querida Congregación, comenzando por los que ví en Río de Janeiro y en Santos, durante la breve estadía que el "Conte Grande" hizo en los puertos del Brasil. En Río de Janeiro descendió Don Juan Lorenzetti, destinado al Brasil, y el barco se detuvo un tiempo suficiente para que pudiésemos visitar el Instituto que allí tenemos. Está a los pies del Corcovado, en cuya cima se yergue majestuoso el monumento a Cristo Redentor, la estatua más alta de Cristo que existe en el mundo. Desde allá arriba fué desde donde Su Emma. el Cardenal Legado, a su vuelta a Italia, al detenerse dos días en Brasil, invocó sobre todos los pueblos la paz y la bendición de Dios. Nuestro Instituto tiene Capilla pública, escuela, y a su alrededor un vasto terreno. Es propiedad de la Congregación, y está libre de deudas.

A Santos llegamos por la tarde, ya obscuro: encontramos a D. Mario Ghiglione, a D. Martinotti y otros sacerdotes amigos, venidos desde San Pablo. La parada del barco fué brevísima, pero ¡cuánto bien nos ha hecho volver a ver a nuestros queridos!

Del Brasil he querido que viniera con nosotros al Congreso Eucarístico D. Angel Depaoli, también para que viese a los Hermanos de la Argentina y del Uruguay, países donde todavía no había estado.

Y también de esta manera, para que visite las Casas de aquí de las Hermanas de la Madre Michel de Alejandría, de las cuales tiene en América una especie de dirección.

Tenemos muchos deberes hacia el alma santa de la Madre Michael, y me es grato recordároslo.

Durante la travesía ninguno de nosotros ha sufrido molestias; tods hemos podido celebrar cada día y hacer obra de ministerio: catecismo, confesiones, preparación para la Confirmación y Primeras Comuniones, también de adultos. Tal vez sepáis ya algo de    esto.

El Señor me llamó a ser como el Confesor de todos sobre el "Conte Grande"; acudían de día y venían también de noche: para mí y para muchos, ha sido un inefable consuelo.

El mar estuvo siempre tranquilo; fué en verdad, un viaje felicísimo bajo todo aspecto.

Y no podía ser de otro modo, conduciendo el barco al Legado Papal. El Emmo. Cardenal Pacelli, a quien el Santo Padre ha enviado, además de ser un hombre superior, es un verdadero gran siervo de Dios: de ello todos se han convencido y lo van diciendo.

|p4 El Congreso Eucarístico fué un milagro: más de dos millones de fieles participantes han sentido que aquí estaba el Papa con nosotros, y que el triunfo de Ntro. Señor era juntamente el triunfo del Papa y de la Iglesia, y de todo lo que de social, de grande, de inmortal, de sobrehumano y de divino, la Iglesia y el Papa son, representan y proclaman.

La grandiosa celebración pública de fe, de amor, de adoración a Jesús en la Eucaristía, en la Argentina, ha superado a todos los Congresos Eucarísticos Internacionales celebrados hasta ahora, y no sé si y donde podrá ser superada. Sólo en el Paraíso. ¡Nosotros aquí ya hemos visto y gustado de antemano el Paraíso!

|p5 Pero volvamos al viaje. Los pobres Hijos de la Divina Providencia no podían temer que el viaje no fuese bueno, porque también - vosotros lo sabéis - alguna semana antes de embarcarnos, había ido a Castelgandolfo para arrojarme a los pies del Papa, y a los pies del Papa llegaron igualmente los sacerdotes que habían de partir junto conmigo.

La Bendición del Santo Padre había descendido ampliamente sobre nosotros, y también sobre las Casas de la Congregación, sobre nuestros Bienechores y Bienechoras, sobre nuestros queridos jóvenes y sobre nuestros amados pobres.

¡Cuánto bien hace la Bendición del Papa! ¡La Bendición del Papa es la Bendición de Dios!

¿Cómo, pues, podíamos temer que el viaje no fuera feliz?

Y otra especial Bendición del Vicario de Cristo vino a alcanzarnos ya en alta mar, por radio, durante los primeros días de navegación, cuando más vivo era el dolor causado por la separación de vosotros, y precisamente al dejar el Mediterráneo y entrar en el Atlántico.

El Papa nos bendecía una vez más, "invocando celestial protección".

¡Oh, el consuelo que nos ha traído la paternal y augusta palabra de Su Santidad! Sí, lo sentimos: ¡la Bendición apostólica nos fué y nos es celestial protección.

|p6 Pero no os lo he dicho todo. Pocos días antes de mi partida de Tortona, había ido a despedirme y también a invocar otra bendición; la bendición de Su Excia. Rma. nuestro llorado Obispo. Lo encontré en el lecho mucho más decaído que la última vez que lo había visto: se hallaba en un estado que me causó mucha impresión y piedad.

Quería mostrarse fuerte, pero si su espíritu todavía era el mismo, su cuerpo no le acompañaba ya. ¡Pobre Obispo! Su fibra, tan robusta en otro tiempo, hubiera dado motivo a esperar que alcanzara una larga vejez; sin embargo, su vida se hallaba minada desde tiempo atrás.No era sólo desde la fiesta de San Marciano que el Obispo se sentía mal y no era el de antes; se le veía decaer desde tiempo atrás. Y debía sufrir mucho: en algunas visitas pastorales se evidenció que se fatigaba, que se fatigaba cada vez más... y se sostenía solamente a fuerza de voluntad y movido por el celo de su ministerio pastoral.

En la audiencia privada que me concedió el Santo Padre semanas antes había pedido, como siempre lo hacía una especial bendición para mi Obispo.

Su Santidad me preguntó por él con un interés particular, y recordó un escrito que había recibido un tiempo atrás, de parte de Excia. Rma.

Con un telegrama desde Castelgandolfo, le comuniqué enseguida la especial Bendición Apostólica.

|p7 El Obispo, durante la visita, me agradeció sentidamente aquella atención. Luego, al oír que había ido a despedirme y que me embarcaría en el "Conte Grande", me preguntó por cuanto tiempo estaría ausente. Quizá acudía a su pensamiento el recuerdo de cierto discursito que, a pesar mío, había debido hacerle una tarde, antes de mayo. ¿O acaso dudó de que si mi ausencia fuese muy prolongada, no volvería a encontrarlo? Al hablar, sin embargo, mostraba la más firme confianza en su restablecimiento; y lo mismo que conmigo, con Su Excia. Mons. Albera, que lo visitara días después.

La audiencia no fué larga, a propósito. Sabía yo que el médico había hecho ciertas recomendaciones: el enfermo se hallaba visiblemente muy cansado, y yo profundamente conmovido. Poco o nada era lo que quedaba de esperanza; sentía que aquella podía ser la última vez que lo veía.

Haciendo un esfuerzo y conteniendo mi emoción ha hablado con él con suma delicadeza y amor, como se habla cuando uno se despide por última vez en esta vida de una persona venerada. Le he hablado como un hijo a su padre.

El lo debe haber comprendido así: era demasiado inteligente para no darse cuenta.

La voz misma le traicionaba; aquella era en verdad la última despedida y para mi corazón fué un momento doloroso en sumo grado.

|p8 Hoy, ante los restos mortales del Obispo, os puedo decir, hijos míos, que la Pequeña Obra dela Divina Providencia ha estado siempre a las órdenes del Obispo. Durante los casi veinte años de su Episcopado no recuerdo que, habiéndome El expresado un deseo, yo no me haya multiplicado para satisfacerlo, en cuanto podía.

Tal fué mi acatamiento hacia el Obispo, Pastor y Maestro en Israel, que he mortificado en mí por gracia de Dios, la diferencia de caracteres y de sentimientos no indiferentes, pero sin en nada sacrificar la sinceridad. Si El lo haha comprendido, no sé, ni importa.

Lo que me es grato poder deciros hoy, es que en la diócesis y fuera de la diócesis el Obispo habrá tenido servidores fieles, amigos devotos, hijos obedientes como nosotros, sí; pero no sé si más que nosotros.

Esto no es alarde ni soberbia; es una lección que os doy: esto es dar gloria a Dios en la verdad, es dar gloria a Dios que nos ha asistido siempre, y en una hora como ésta, tan penosa para mí como para vosotros, oh mis amados hijos.

Un día lo comprenderéis mejor.

|p9 Continuaré diciéndoos, que habiéndome levantado del asiento y puesto de pie le he dado las gracias al Obispo por los beneficios que El nos había    hecho a mí y a la Pequeña Obra de la Divina Providencia, y le aseguré que yo y toda la Congregación lo recordaríamos siempre con profuna gratitud y rezaríamos por él "vivo o muerto".

Luego, de rodillas, le he pedido perdón "de la manera más humilde y más amplia y con todo el amor de hijo, sin límites devoto, de todas las faltas, disgustos y dolores que yo y vosotros le hubiésemos causado".

Y le he pedido su Bendición para mí, para la Congregación y para todas las Obras que la misma atiende.

El Obispo estaba visiblemente conmovido. Bendijo ampliamente a mí y a todos vosotros. Dijo que rogaba a Dios a fin de que la Congregación se propagase y continuara su benemérito apostolado, haciendo mucho bien.

E hizo votos para que el Señor siempre nos asistiese de tal modo que pudiera difundirse - dijo - "en Europa, América, en Asia y Oceanía..." Luego no pudo continuar por hallarse demasiado emocionado.

Levantó la diestra una vez más y repitió por dos veces el signo de la Bendición.

Le he besado con gran humildad el Santo Anillo, sofocando el llanto.

Al salir de la cámara me volví todavía de soslayo para mirarlo. ¡Pobre Obispo...!

Por la misericordia de Dios, lo volveremos a ver en el Paraíso. ¡Dios le conceda toda la gloria del Santo Paraíso!

Al abandonar el palacio, me encontré con el Secretario, Canónigo Piccoli; conseguí volver a ser dueño de mi mismo y, diría, a mostrarme con desenvoltura; pero cuando estuve fuera a solas, he dado rienda suelta a las lágrimas, y me resultó de gran alivio.

Durante la audiencia el Obispo había mostrado deseos de poseer una fotografía mía, sacada recientemente sobre el Soracte por nuestros Clérigos que estudian en la Universidad Gregoriana de Roma, cuando fuí a saludarlos, pues pasan las vacaciones en aquel Ermitorio. Estoy sobre un asno. Se la envié en seguida, con alguna expresión alegre y devota.

|p10 Luego, ya a bordo, le he enviado todavía un telegrama de saludo con palabras de augurio y de consuelo.

Durante la navegación y el Congreso Eucarístico de Buenos Aires, siempre hemos rezado por él.

Dos días después del Congreso, al retorno del "Conte Grande", le he escrito una larga carta, bañada en llanto, en llanto de amor y de dolor, pero ya no pudo recibirla. Cuando el "Conte Grande" arribaba a génova el Obispo, desde días antes, había pasado de esta miserable vida a la vida bienaveturada.

La dolorosa noticia llegó hasta mí en la tarde del primero de noviembre, cuando el sonido triste de las campanas invitaba a rogar por los Difuntos. ¡Dios sólo sabe cuánto he sufrido!

Su Excia. Rvdma. Monseñor Grassi rogará desde el Cielo por nosotros y nos amará con más puro amor.

El Día de los Muertos y después hemos aplicado Misas por su alma, y hemos celebrado en Victoria un funeral solemne; ahora continuaremos rogando por él.

Encomiendo el alma de nuestro amado Obispo a las oraciones de los Amigos y Bienechores, y dispongo que en su sufragio se rece el Oficio de Difuntos con Misa cantada, en todas las Casas de la Congregación.

Además, en las Casas establecidas en la diócesis de Tortona, o que fueron abiertas durante su episcopado, todas las Santas Comuniones, Rosarios y prácticas de piedad, serán ofrecidas por él, y a las oraciones de la mañana y de la noche agréguese de ahora en adelante por su alma, un Deo Profundis, y ésto hasta nueva orden. Que se le recen enseguida en el Santuario de la Gurdia, las Misas Gregorianas, y en el mismo Santuario se le hará todos los años el Oficio de Aniversario con Misa Solemne, hasta el fallecimieno de su Sucesor ¡ Et requiescat in pace!     

|p11 Os he dicho que estuve en el Uruguay después del Congreso.

Viniendo de Italia, el barco no atracó en el puerto de Montevideo; llegó a las 9 de la noche, ya muy obscuro, y el vapor se detuvo lejos de la dársena. No nos permitieron descender, diciendo que nadie hubiera podido salir: las luces del puerto aparecían a gran distancia.

Perdida toda esperanza, me fuí a descansar y me dormí; cuando he aquí que me despertó el ruido de gente que entraba en la cabina, y me veo ante Don Montagna, Don Szymkus y un grupo de losnuestros todos alegres ¡Me levanté en seguida, e imaginad qué gozo, que fiesta!... Pero fué muy brve. Entonces les prometí que volvería pronto a visitarlos, apenas terminado el Congreso. Desde Buenos Aires a Montevideo sólo se tarda unas siete horas en barco.

El encuentro con nuestros queridos en Río de Janeiro, en Santos y en Montevideo, y luego aquí: el sentirme rodeado de tanto afecto, me ha servido de indecible consuelo.

También el encontrarme aquí con tantos ex-alumnos afectuosísimos, y tantos padres de familia que después de tantos años, se me acecaban llorando como niños; el volver a saludar a Amigos, compañeros y Bienechores, y el hallar Obispos, Arzobispos tan benévolos, ha hecho un gran bien a mi espíritu y también a mi salud.

Ultimamente, en Italia, Dios había permitido que hubiera de    sufrir algo por su amor. También el corazó habíasufrido mucho al dejaros, oh mis queridos hijos, mis queridos pobres, amados Bienechores: nunca he sentido amaros tanto en el Señor, como con motivo de esta despedida.

Sin embargo, El ha querido prepararme aquí muchos consuelos, et in primis, las grandes, las inefables consolaciones de los triunfos de la Eucaristía.

|p12 También el no haber podido veros a todos antes dela partida, el no haber podido enviar a cada uno de vosotros una palabra un saludo, me causó pesar y fué para mi un sacrificio no pequeño.

Pero he puesto a vosotros y a mí en los brazos y sobre el corazón de la Santísima Virgen, y de este modo me siento cerca de vosotros, os recuerdo a cada hora con el corazón y ruego por todos. He sentido el efecto de vuestras oraciones, ¡y os agradezco tanto, tanto! Tened la bondad de continuar ofreciéndome una ayuda tan grande.

Con la oración todo lo podremos, sin oraciónn no conseguiremos nada.

Es con la oración que se hacen las cosas.

Nosotros podremos plantar y regar, pero sólo Dios puede dar el incremento, y por eso el medio más eficaz de ayudar a nuestras Obras y a nuestras fatigas es el de la oración de todos nosotros con fervor y constancia.

|p13 Os agradezco todo lo que habéis hecho por mí y por las Obras de caridad que Ntro. Señor, por su Misericordia, ha venido suscitando sobremis pasos, y ruego a Dios que os lo recompense largamente.

Doy las gracias a nuestros Bienechores y Bienechoras, que con tanto espíritu cristiano me han siempre y generosamente ayudado. No dudo de que querrán continuar ofreciendo a nuestros Institutos su caridad, con másrazón ahora que Don Orione se halla tan lejos. Ellos obtendrán de las manos de Dios el ciento por uno de cuanto dieren, y después la vida eterna.

Nuestros huerfanitos y huerfanitas, las ciegas y ciegos, los pobres ancianos, los epilépticos, todos los asilados en las Casas de la Divina Providencia, rogarán por los Bienechores junto conmigo: ¡La voz de los inocentes, de los pequeños y de lospobres, siempre la escucha Dios!

Nuestros Clérigos, los Sacerdotes, estos Misioneros, y también las buenas Hermanas Misioneras, recordarán siempre a quien nos haga algún bien.         

|p14 A vosotros, hijos míos, os recomiendo un gran espíritu de humildad, de fe, de caridad, de sacrificio; que haya en todos una especie de emulación en trabajar, en ser los changadores de Dios, los changadores de la caridad.

¡Sólo con la caridad de Jesucristo se salvará el mundo! Con el auxilio divino debemos llenar de caridad y de paz los surcos que dividen a los hombres sáturos de egoísmo y de odio.

¡Trabajemos y sacrifiquémonos en humildad para gloria de Dios! ¡Soli Deo honor et gloria! Que reine siempre entre vosotros la bella y dulcísima unión y concordia que ha hecho hasta hoy de nosotros un solo corazón y un alma sola, a los pies de la Iglesia. Trabajemos para salvar almas, especialmente las dela juventud más pobre y los pobres más abandonados.

Amad y haced amar a la Patria; amad y haced amar a las Autoridades todas y rogad por ellas.

|p15 Después de Dios a la Virgen Santa y a la Santa Iglesia, oh mis queridos Sacerdotes, Clérigos, Ermitaños, Probandos, Huérfanos y Asilados os confío a Don Sterpi, y sé que os pongo en buenas manos. Depositad toda vuestra confianza en él, que bien se lo merece. Ya en otra ocasión os he escrito, que si Dios me dijese: "Te quiero dar un continuador que sea conforme a tu corazón, le respondería: Dejad, oh Señor, porque ya me lo habéis dado en Don Sterpi."

A él, a los Sacerdotes más ancianos de la Congregación, a los Directores de las Casas, que ya han trabajado tanto en el vasto campo de la Divina Providencia, dadles muchos consuelos, usad con ellos todas las atenciones, todos los respetos: para con todos los Superiores y Sacerdotes, toda vuestra docilidad, atención y obediencia.

Lo que hiciereis con Don Sterpi y por vuestros Superiores lo consideraré aún más que si lo hicierais a mí mismo.

Oremos por los Hermanos nuestros, Parientes y Bienechores difuntos.

Espero volver pronto; pero, sea como fuere, que se haga en mi según la voluntad del Señor!

Y ahora, dejadme que termine: espero escribiros de nuevo para Navidad.

Amado Don Sterpi y Sacerdotes míos, adios! Estad bien; que el Señor os asista, os anime y esté siempre con vosotros! ¡Qué bendiga vuestro trabajo y vuestros sacrificios!   

Don Sterpi y Sacerdotes: Ave María y adelante! Todos os saludamos y os abrazamos in osculo santo.

|p16 A vosotros Sacerdotes, Clérigos, buenas Hermanas, que    estáis trabajando por Dios, por la Iglesia, por las almas, lejos de Italia, en Rodas, en Polonia, en Norte América, una especialísima bendición: ¡Ave María y adelante!

Recibid los saludos de Don Zanocchi, Don Dutto, Don Montaña, Don Contardi, y de todos.

Queridos Clérigos y Probandos, queridosErmitaños, esperanza de nuestra humilde Congregación, para mí más queridos que laspupilas de mis ojos: permaneced fieles a vuestra vocación, sed fuertes, sed humildes, trabajad con purezaa de vida y con ánimo generoso: ¡Ave María y adelante!

Oh, mis queridos huérfanos, oh pobres ancianitas, y vosotros todos, mis amados enfermos, que sois el tesoro y el amor de la Iglesia y de nuestra Congregación, que tenéis parte en mi corazón y en mi vida: Rogad por mí, por la Pequeña Obra de la Divina Providencia, que os ha acogido y que es vuestra casa! ¡Ofreced vuestros dolores a Jesús y a la Virgen! ¡Amemos mucho al Señor, hagámonos santos!: Ave María y adelante !

De aquel bien que con la ayuda divina hiciéramos aquí, todos participarán, pero especialmente vosotros, ¡oh Bienechores y Bienechoras nuestras!

Con los míos, recibid los saludos respetuosos, colmados de gratitud, de todos estos Misioneros nuestros, que siempre os recuerdan y ruegan por vosotros.

|p17 La Madre de Dios, María Santísima, extienda su manto celeste sobre nosotros y sobre todos: que nos guarde, nos consuele y ayude siempre la Santa Virgen de la Divina Providencia.

Humildemente la ruego que os bendiga a todos y yo también, pobre Sacerdote, os envio una amplísima bendición.

¡Hijitos y Hermanos, rogad por mí!

¡La gracia de Ntro. Señor Jesucristo esté siempre con nosotros!

Vuestro afectísimo en Jesús Crucificado y en la Virgen Santa,   

         

 

                                                                        Sacerdote LUIS ORIONE

                                                                        de la Divina Providencia