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AMOR A DIOS Y CARIDAD FRATERNA

Buenos Aires, 25 de julio de 1936

 

¡ALMAS Y ALMAS!

|p1 A mis queridos hermanos en Jesucristo, reunidos en los Santos Ejercicios Espirituales.

¡La paz sea siempre con nosotros! Llego en espíritu a entretenerme con vosotros, a quienes la bondad del Señor ha reunido en esa Casa para los Santos Ejercicios Espirituales. Y me ha parecido bien, veniros a conversar de aquella gran virtud que debe animar y vivificar todas nuestras acciones; quiero decir, acerca de la Caridad, que es el objeto y fin de todos los Mandamientos. De ella, ha dicho Ntro. Señor Jesucristo, "universa lex pendet et prophetae". Sin la caridad todas nuestras obras serían estériles para la eterna salvación. Así lo ha dicho San Pablo, cuando escribió que, aún si hubiese tenido fe tan viva como para transportar las montañas y hubiese hablado también todas las lenguas, nada habría sido sin la caridad.

La caridad, mis queridos, es el precepto del Señor, el precepto propicio de Cristo. Jesús ha dicho: "Yo os doy un nuevo mandamiento; que os améis unos a otros. Por aquí conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor unos a otros" (S. Jo. XIII, 34-35). Y poco después: "El precepto mío es, que os améis unos a otros, como yo os he amado a vosotros" (Jo. XV,12).

Por lo tanto, la nota distintiva de los discípulos de Jesucristo, es la caridad...

Hermanos míos, repitámonos a nosotros mismos las palabras que San Pablo escribía a los Corintios: "Tratad ardientemente de alcanzar la caridad" (Cor. 1-14)     

|p2 Y mirad que el Apóstol ya les había escrito: "Ahora os indicaré un camino todavía más excelente; aún cuando yo hablara todas las lenguas de los hombres, y el lenguaje de los ángeles, si no tuviere caridad, vengo a ser como un metal que suena, o campana que retiñe. Y aún cuando tuviera el don de profecía, y penetrase todos los misterios y poseyese todas las ciencias y tuviera toda la fe, de manera que trasladase las montañas, no teniendo caridad, soy nada. Aún cuando yo ditribuyese todos mis bienes para sustento de los pobres, y entregara mi cuerpo a las llamas, si la caridad me falta, todo lo dicho no sirve de nada.

La caridad es sufrida, es dulce, es bienechora: la caridad no tiene envidia, no obra precipitada ni temerariamente, no se ensorberbece, no es ambiciosa no busca sus intereses, no se irrita, no piensa mal no se huelga de la injusticia, complácese sí en la verdad: a todo se acomoda, cree todo (el bien del prójimo), todo lo espera y todo lo soporta.

La caridad nunca fenece (I Cor. XIII, 1-9).

"Fe, esperanza y caridad: pero de las tres, la caridad es la más excelente. (I Cor. XIII, 13). "Tratad con ardor de alcanzar la caridad". Es siempre S. Pablo que habla. Y más adelante: "Velad, estad firmes en la fe, trabajad varonilmente y alentaos más y más. Todas vuestras cosas háganse con caridad" (I Cor. XVI, 13-14).

|p3 Y en la Primera Epístola de San Juan, se lee: "El que ama a su hermano, mora en la luz, y en él no hay escándalo, más el que aborrece a su hermano en tinieblas está" (I Jo. 2,10-11). Y luego: "En verdad que esta es la doctrina que aprendisteis desde el principio: que os améis unos a otros. Hijitos míos, no amemos de palabra, y con la lengua sino con obras y de veras )I Jo. 3,11-18). En suma este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo: que nos amemos mutuamente, conforme nos tiene mandado. Y el que guarda sus mandamientos mora en Dios y Dios en él (I Jo. 3.23)

Y en el 4o continúa: "Dilectísimos, amémonos los unos a los otros"... "Si nos amamos los unos a los otros, Dios habita en nosotros, y su caridad es consumada en nosotros". "Dios es Caridad y quien permanece en la Caridad, en Dios permanece y Dios en él". "Charitas fraternitatis, maneat in vobis", recomienda San Pablo (Hebr. 13,1).

Que la caridad fraterna reine siempre entre nosotros, oh mis queridos: caridad en los afectos, caridad en las palabras, caridad en las obras!

Seamos verdaderos y grandes amantes de Dios, y seremos verdaderos y grandes amantes del prójimo, porque "este mandamiento nos ha sido dado por Dios: que quien ama a Dios, ame también a su propio hermano". Así escribe San Juan en su Primera Carta.

El mismo precepto que nos impone el amor a Dios, nos impone también el amor a nuestros semejantes.

"Si alguno dice: yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso", agrega San Juan: "pues el que no ama a su hermano a quien ve, como podrá amar a Dios que no ve? (I Jo. 4,20).

|p4 Amemos, pues, en Dios y por Dios a nuestro prójimo con caridad ordenada, y a nuestros hermanos de Congregación. Amémonos con un amor paciente y delicado, con un amor puro y santo, sin sentimentalismos. Amémonos en el Señor. ¡Esto place tanto al Señor!

Que nuestra dilección sea humilde, iluminada y prudente; que sea fuerte y constante; que nos lleve a la negación de nosotros mismos por amor a Jesús, per misterium Crucis de Jesús; que sea una caridad tal, que nos lleve a sufrirlo todo por amor al prójimo y a alegrarnos por el bien de los demás. Coloquemos toda nuestra felicidad, oh mis queridos, en defender el amor de Dios, en dar Dios y la felicidad a los demás y en anonadarnos a nosotros mismos, convirtiéndonos en holocausto en el altar de la caridad.

Cuando en una Congregación y en una Casa Religiosa reina el amor de Dios, entonces hay también el amor a los hermanos y el amor al prójimo; donde el amor de Dios arde en los corazones, todos los afectos humanos se purifican y se subyugan, todas las cosas de este mundo se reputan ut stercora. No existe nada que sea más amable al Corazón de Jesucristo, como el que se ame y se haga bien al prójimo, especialmente a los más allegados; o sea, a los hermanos en la fe, en la vocación y de comunidad, y a las almas. Entonces nos amamos recíprocamente; cada cual goza por el bien del otro, como por el de todos: se llega a ser in Domino, uno para todos y todos para uno, y aquella Casa se transforma en un Paraíso. Y la caridad fraterna aviva muchísimo la caridad hacia Dios mismo, y el amor hacia nuestros hermanos es como un vehículo del amor de Dios. Y el camino de la caridad fraterna resulta un camino muy breve y seguro para alcanzar la perfección y llegar a ser santos. Quien aumenta en la Congregación el espíritu de caridad, robustece su fuerza espiritual. La caridad nos da una fuerza invencible contra el demonio y el mundo, y contra las pasiones, contra los enemigos interiores, más también nos hace formidables e invencibles contra todos nuestros enemigos externos: nosotros los venceremos amándolos, orando por ellos, con humildad grande, y ofreciendo si hubiere necesidad, nuestra pobre vida para hacerles un poco de bien y salvarlos.

|p5 Os ruego que leáis dos veces este último párrafo, oh mis queridos hijos, porque esto es lo que nos ha ordenado Jesucristo, y forma parte del precepto de la caridad: "Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, orad por quien os persigue".

Y en otro lugar el Señor: "Vence al mal con el bien". Así ha dicho y así nos ha enseñado, "quia coepit facere et docere".

          ¡Oh, que arda en nosotros y abrase nuestros pechos el santo amor de Dios, que reine en nosotros su caridad vivísima e inextinguible, y tendremos espíritu de caridad hacia los hermanos, y facilmente el Señor nos dará la gracia de ser víctimas de la caridad sobre la cruz, abrazados a Nuestro Señor! ¡Animo, mis queridos hijos: que el amor a Jesucristo Crucificado y la caridad fraterna estrechen juntos a todos los Hijos de la Divina Providencia con un nudo indisoluble de dulcísima caridad! ¡Oh, cuán suave es la caridad que nos une y edifica en Jesucristo! ¡Cómo sentimos que es verdad y consolador aquel nuestro cántico, el "Ecce quam bonum et quam jucundum habitare fratres in unum"!

¡Unidos en una sola voluntad de servir a Dios y a la Santa Iglesia, nuestra Madre, y ayudándonos con humilde y dulce caridad los unos a los otros!

|p6 Esta es la alabanza de San Lucas a los primitivos cristianos a saber, que todos se amaban, de tal modo que eran un corazón solo y un alma sola. "Multitudo autem credentium erat cor unum et anima una". (Act. IV,32). ¿Y no era Tertuliano quien en sus Apologéticos cuenta que muchos paganos al contemplar la caridad fraterna de los primeros fieles, se decían: Mirad como se aman los cristianos, y sólo por eso se convertían?

Por lo demás, vosotros mis queridos hijos, sabéis que fué ésta la oración solemne dirigida al Padre por Jesús, antes de dar comienzo a su Pasión; este fué el suspiro del Corazón de Jesucristo: que los suyos fuesen una sola vida de caridad con El: "Fac ut unum sint".

Nuestro corazón, hijos míos, debe ser un altar donde arda inextinguible el divino fuego de la caridad: amar a Dios y amar a los hermanos; dos llamas en un solo y sagrado fuego. Y este fuego que debe consumirnos, que debe transformarnos, transportarnos, divinizarnos. "¡CHARITAS    CHRISTI URGET NOS!" ¡La caridad de Jesucristo! ¡Cuán bella es esta gran virtud! Es la reina de todas las virtudes y el Paraíso mismo no sería tal sin ella, porque un Paraíso sin caridad sería un Paraíso sin Dios que es Caridad. "Deus Charitas est et qui manet in Charitate, in Deo manet et Deus in illo". Cuan necesaria es la caridad, pues el mismo Cristo ha dicho, que el mundo conocerá si somos sus seguidores por la caridad. ¿No es ella, además, la que caracteriza a los verdaderos Siervos del Señor? ¿No es la caridad la que ha transformado en santos a pecadores, y el corazón de los santos en el Corazón de Cristo? ¿No se ha dicho: "Cor Pauli, cor Christi"? Y el mismo San Pablo no nos ha dicho: "Mihi vivere Christus est"? Y esto se ha dicho igualmente de todos los Santos, desde la Virgen Santísima, Reina de los Santos, hasta el último Santo, hasta el Cottolengo y Don Bosco.     

|p7 Mientras escribo, llegan las más dolorosas noticias de España. Y pienso: ¿por qué el mundo se halla tan revuelto, porqué es tan desdichado y va precipitándose en la barbarie? ¿Por qué? Porque no vive de Dios: vive del egoísmo, y no vive la caridad de Jesucristo. Ved, oh hijos míos: aquellos que han nacido en la misma tierra, que hablan la misma lengua, que tienen la misma sangre, que proceden de las mismas familias; aquellos que deberían amarse, ayudarse, consolarse se dividen, se odian, se matan barbaramente. ¡Triste verdad, realidad tristísima bajo nuestros propios ojos!

¿Por qué todo esto? Falta la caridad que Jesucristo vino a traer a la tierra. La caridad "viene de Dios", ha dicho el Apóstol San Juan. Es un don que Dios ofrece a los que guardan sus Mandamientos. Pero la caridad se retira de un mundo que no ama a Dios, que se ha alejado de la ley de Dios. ¿Y qué maravilla que la caridad huya del mundo, como paloma que alza el vuelo para no tener que posarse en el fango y la sangre? La caridad convertiría a la tierra en un Paraíso; pero, sin caridad, los hombres se vuelven peores que los salvajes y van transformando la tierra en un campo o como decía Dante: "l'aiuola che ci fa tanto feroci".

|p8 Pero volvamos a nosotros, hijos míos; descendamos a lo práctico. Ya en otra ocasión os he dicho, que aquellos que cooperen en la perfecta concordia de voluntades y corazones, viven en la caridad y están con Cristo; pero en cambio, los que no se guardan de ser motivo de disidencias y de disgustos, o también solamente de frialdades mutuas, no obran en Cristo, no viven en la caridad, sino que más bien se hacen ministros del diablo, enemigos de Cristo y de toda nuestra Congregación.

Que el espíritu de la fraterna caridad evite e impida entre nosotros la murmuración. "No murmuréis" - ha escrito San Pablo (I Cor. X,10). "Los maledicientes no alcanzarán la herencia del Reino de los Cielos". Y también el Apóstol en la 1a. a los de Corintio: "Sussurro coinquinabit animan suam et in omnibus odietur".

"El chismoso contamina su propia alma y de todos será odiado y será mal visto quien converse con él" (Ecli. XXI,31) ¿No es peor que una víbora, la lengua murmuradora?    Por cierto, es más cruel, porque con un solo soplo envenena a tres personas; a él que murmura, a aquel contra quien murmura, y a quien lo escucha gustosamente". Así escribió San Bernardo (De triple custodia).

|p9 Al contrario, ¡cómo edifica un Religioso que habla bien de su prójimo, y a su tiempo sabe excusar sus defectos! Procuremos por lo tanto, esquivar toda palabra que tenga sabor a murmuración, sea contra quien fuere, y recordemos que a veces, es todavía peor que la murmuración, el interpretar mal las acciones virtuosas, o decir que han sido realizadas con mala intención. Usemos delicada caridad en los modales, pero sin ser pedantes. No refiramos nunca a otros las cosas que hayamos oído en forma reservada, ni contemos al compañero lo que en su contra hubiere dicho otro, porque sería sembrar rencores y discordias.

Guardémonos de proferir palabras que puedan herir o desagradar, ni dejémonos llevar a animosidad, ni a reprender en presencia de otros si no existe un justo motivo.

La caridad fraterna es tesoro preciosísimo, y hemos de procurar por todos los medios, conservarlo y aumentarlo. Dejemos a un lado toda cuestión, aunque se entable por amor a la verdad y por celo de la gloria de Dios, si tal cuestión pudiese llegar a dividir los ánimos y a sembrar asperezas, aunque sea muy poco, en nuestro corazón. Esta recomendación, ya la he hecho en otra ocasión; pero vosotros no os ofenderéis, ¿no es cierto hermanos míos?

|p10 Ved que el amor propio, de por sí inquieto, receloso tiene mil susceptibilidades: altera la imaginación, turba la razón, y es enemigo declarado de la caridad fraterna. Estemos alerta, porque donde reina el amor propio, no puede vivir la caridad. Frenemos la lengua, sujetemos la ira, soportémoslo todo: "Charitas omnia sustinet" (I Cor. XIII,7). Pensemos en que jamás habremos de poseer la caridad fraterna, si no queremos tolerar los unos los defectos de los otros. Todos tenemos nuestros defectos y pecados: "Aquel de entre vosotros que esté sin pecado, tome primero la piedra y arrójela", ha dicho Jesús. ¡Soportémonos! ¡Soportémonos!, y así llegaremos a cumplir la ley de Cristo, como ha escrito San Pablo: "Alter alterius onera portate, et sic adimplebitis legem Christi" (Gal. VI,2)

Y démonos la mano y caminemos juntos hacia la Patria Celestial. Edifiquémonos con el recíproco buen ejemplo: "Frater qui adjuvatur a fratre, quasi civitas firma". Permitidme que repita: "No nos amemos con palabras y con la lengua, sino con obras y con verdad" (I Jo.). Y especialmente, ayudémonos fraternalmente mediante la oración.

Y aquí termino, abrazándoos uno a uno, oh mis queridos hermanos e hijos: ¡rogad por mi! Rogad mucho a la Virgen SSma., a fin de que, en la caridad de Ntro. Señor Jesucristo, para gloria de Dios y purificación mía y bien vuestro, se cumpla en mi, pobre pecador, el misterium Crucis.

Vuestro afectísimo

De la Divina Providencia

 

Sac. J. LUIS ORIONE