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¡ALMAS, ALMAS!
PETRA AUTEM EST CHRISTUS
No saber ver y amar en el mundo sino a las almas de nuestros hermanos.
Las almas de los pequeños, las almas de los pobres, las almas de los pecadores, las almas de los justos, las almas de los extraviados; almas de penitentes, almas de rebeldes a la Santa Iglesia de Cristo, almas de hijos degenerados, almas de sacerdotes desgraciados y pérfidos, almas sometidas al dolor, almas blancas como palomas, almas sencillas, puras y angelicales de vírgenes; almas caídas en las tinieblas de los sentidos y en la baja bestialidad de la carne, almas ávidas de poder y de oro, almas llenas de sí mismas que sólo piensan en sí, almas descarriadas que buscan un camino, almas dolientes que buscan un refugio o una palabra de piedad, almas aullantes en la desesperación de la condena o almas arrobadas en el éxtasis de la verdad vivida: todas son amadas por Cristo, por todas ha muerto Cristo, a todas quiere Cristo salvar entre sus brazos y en su Corazón traspasado.
|p2 Nuestra vida y toda nuestra Congregación deben ser un cántico y juntamente un holocausto de fraternidad universal en Cristo.
Ver y sentir a Cristo en el hombre.
Debemos tener en nosotros la música profundísima y altísima de la caridad.
Para nosotros el punto central del universo es la Iglesia de Cristo, y el fulcro del drama cristiano el alma.
Yo no siento sino una infinita, divina sinfonía de espíritus palpitantes en torno a la Cruz. Y la Cruz destila para nosotros gota a gota, a través de los siglos, la Sangre Divina derramada por cada una de las almas humanas.
Desde la cruz Cristo clama: ¡Sitio!... Grito terrible de sed abrasadora que no es de la carne, sino que es el grito de sed de almas, y es por esta sed de nuestras almas que Cristo muere.
Yo no veo sino un cielo verdaderamente divino, por que es es el cielo de la salvación y de la verdadera paz; yo no veo sino un reino de Dios, el reino de la caridad y del perdón, donde toda la multitud de las gentes es herencia de Cristo y Reino de Cristo.
|p3 La perfecta alegría no puede existir sino en la perfecta entrega de sí mismo a Dios y a los hombres; a los más míseros y a los más alejados, a los más culpables, a los más adversos.
¡Ponme, oh Señor, en la boca del infierno para que yo, con tu misericordia, lo cierre!
Que mi secreto martirio por la salvación de las almas, de todas las almas, sea mi paraíso y mi suprema bienaventuranza!
¡Amor a las almas! ¡Almas! ¡Almas! Escribiré mi vida con lágrimas y con sangre.
Que la injusticia de los hombres no debilite en nosotros la confianza plena en la bondad de Dios.
Me siento animado y llevado por el soplo de esperanzas inmortales y renovadoras.
Nuestra caridad es un dulcísimo y apasionado amor a Dios y a los hombres, que no es de la tierra.
La caridad de Cristo da tanta dulzura y es tan inefable, que el corazón no puede imaginar ni decir, ni el ojo ver, ni el oído oir.
Palabras siempre ardientes.
Sufrir, callar, orar, amar, crucificarse y adorar!...
luz y paz del corazón.
subiré mi Calvario como manso cordero
apostolado y martirio: martirio y apostolado.
Nuestras almas y nuestras palabras deben ser blancas, castas, casi infantiles; y deben llevar a todos un soplo de fe, de bondad, de conforto que eleve hacia el cielo.
Tengamos firme la mirada y el corazón en la divina bondad.
¡Edificar a Cristo, edificar siempre! PETRA AUTEM EST CHRISTUS.