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UNA PAUSA

 

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UNA PAUSA: Nuestro más grande conciudadano me hablaba un día de música - y hablaba como sabe hablar él - a mí que de música no sé nada, aunque en verdad la belleza del arte me arrobe y sienta vibrar en mí una cierta música, a manera de armonía, de mi propia vida.

El maestro decía que uno de los atractivos de la música lo constituye, ¿sabéis qué?... ¡LA PAUSA!

La pausa es diferente del final, porque hace presentir hasta en el silencio, que música continuará.

Durante la pausa el ánimo se asimila, enriqueciéndolas, las armonías que la han precedido, y se encuentra vivamente suspenso, en la deseosa expectativa de las armonías que han de seguir.   

No es un vacío la pausa - añadía él - sino un vínculo tenue y a la vez un comienzo: una suspensión rebosante de rumores de vida latente y tensa.

De este modo hablaba él, nuestro Gran Maestro. Pero lo decía mucho mejor de lo que yo pueda repetirlo. Además, os lo he dicho: ¡yo no sé musica!

Sólo sé que DESPUES DE LA PAUSA, el genio musical de nuestro Perosi sabe arrancar los trozos más bellos.

¿Habéis escuchado alguna vez los Oratorios o alguna otra composición perosiana?

|p2 DESPUES DE LA PAUSA, resurge todo el coro arrollador; a veces, un motivo nuevo se insinúa en aquel armonioso silencio, o retorna leve, leve como una evocación lejana, el motivo dominante que ensambla y resume toda la admirable composición.    NUESTRA PAUSA: Ahora bien, amigos míos, Dios y las Obras de la Providencia, también tienen, diría sus pausas.

Y UNA PAUSA han tenido los trabajos referentes a nuestro querido Santuario, pausa debida, quiérase a la estación invernal, quiérase a nuestro pobre bolsillo, que terminó por quedarse muy, pero muy rebajado.      

Cualquiera, viendo el Santuario permanecer allí quieto sin terminar, y siempre con aquel estorbo de casas delante de él, habrá podido cambiar la pausa por un final.

Pero no, caros lectores, no es así. No fué un punto muerto el nuestro, no es final: es sólo una pausa.

También el Santuario ha sentido los vientos de la crisis, pero lleva en sí una fuerza de fe, que vencerá audazmente las dificultades y hasta las tempestades.

No temáis: EL SANTUARIO VOTIVO no puede quedar, permanecer incompleto de este modo ni sofocado de esta manera; no puede estar siempre mudo, sin torre y sin campanas; ¡La Santa Virgen nos ayudará!

Habíamos hecho un supremo esfuerzo y hemos quedado extenuados, sin fuerzas: se sentía la necesidad de un poco de descanso, de sentarnos, de respirar DE UN POCO DE PAUSA.

Pero la espera, LA PAUSA, está por terminar. Pronto se reanudará el camino, y será un camino luminoso, muy luminoso, bajo los rayos que se desprenden de la frente purísima de la Santa Virgen, bajo la mirada misma de María!

Nos hemos detenido un momento, pero ha sido una pausa fecunda. Ya retorna la música: las armonías de la fe, del arte, de la santa fatiga y de la caridad retornan, ¡y con qué divina armonía!

¡He visto moverse las piedras, he oído cantos celestes y hasta las piedras dar clamores!

|p3 ¡He soñado con la Virgen: he visto a la Virgen trabajar conmigo!

y las piedras del Santuario y las Obras de la fe y de la caridad revivían, florecían, cantaban junto conmigo, clamando: ¡María! ¡María! ¡María!

¡Y hacia Ella se alzaban como si fueran Angeles, y junto con los Angeles como almas en adoración!

¡Cuán pura, cuán bella era la Santa Virgen! ¡Tan soberanamente bella que parecía Dios! ¡Vestida de luz, circundada de resplandores, coronada de gloria, era grande, era gloriosa de la grandeza de Dios!

¿Pero quién podrá hablar de ti, oh Virgen Santa?

¡Y no era más que un sueño!   

¿Qué será el paraíso?

La mirada de María infundía tal dulzura, y su sólo recuerdo todavía lo siento con tal suavidad, que me parece estar fuera de mí.

No era más que un sueño, no duró sino breves momentos, y todavía me siento renacer: se ha esfumado la memoria de las amarguras pasadas, el alma se alegra, el entendimiento se aclara, el corazón se ilumina y arde en el fuego de suavísima caridad; siento un gozo extremado y no busco, no ansío nada más allá!

¡Te quiero, oh Santa Virgen: Te llamo, Te sigo, Te amo!

¡Fuego, dame fuego, fuego de amor santo de Dios y de mis hermanos: fuego de divina caridad que encienda las llamas apagadas, que resucite todas las almas!

Llévame, oh Virgen Bendita, entre las multitudes que llenan las plazas y las calles, llévame a recoger a los huérfanos y a los pobres, a los miembros de Cristo abandonados dispersos, doloridos, tesoros de la Santa Iglesia de Dios.

¡Si me socorre tu potente brazo, los conduciré ya todos a Ti, oh Santa Madre del Señor! ¡Madre de todos nosotros pecadores, de todos los afligidos!

¡Salve, oh Virgen celestial, oh María Tú la Bendita entre todas las mujeres!

¡Salve, oh toda albura, Inmaculada Madre de Dios: Augusta Reina!

¡Salve, oh gran Señora de la Divina Providencia, Madre de Misericordia!

¡Salve, oh toda albura, Inmaculada Madre de Dios; Augusta dulce y benigna!

¡Cuán grande eres, cuán piadosa!

¡Tú eres poderosa en el Corazón de Jesús, tu Dios y tu Hijo, y tus manos están llenas de gracia!

¿Por qué, por qué no Te he de poder yo adorar?

¡Ah, mil y mil veces Te invoco, te bendigo mil y mil veces Te amo!

¡Morir, morir de mor dulcísimo, a tus pies inmaculados, oh Santa Virgen!